La resonancia de los suplicios

El suplicio penal no cubre cualquier castigo corporal: es una producción diferenciada de sufrimientos, un ritual organizado para la marcación de las víctimas y la manifestación del poder que castiga, y no la exasperación de una justicia que, olvidándose de sus principios, pierde toda moderación. En los "excesos" de los suplicios, se manifiesta toda una economía del poder. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI editores, Buenos Aires (2002)

Nombre: blanconegro
Ubicación: Argentina

30 noviembre 2010

A veces, las palabras no bastan
para vencer al silencio.
Pérfidas, se guarecen lejos
más allá de la voz
que quisiera nombrarlas.

Amuralladas,
aguardan el instante preciso
para liberar su estruendo.

Palabras tercas, palabras suaves,
tenues o luminosas,
olvidadas o presentes,
como si fuese un bosque
poblado por mil especies,
al final de un desierto
o escondido en una isla
y de pronto las voces
lo señalaran al unísono.

Si, como lentas serpientes
las palabras salieran
asomaran sus ojos miopes
agitando manos pequeñas
para vencer al silencio...

Hay una luz de remanso
en el niño que abraza a su perro
que duerme y sueña un mundo de girasoles.
Sueña el perro con liebres,
sueña el niño con soles,
juegan que vuelan y sueñan...

Hoy han florecido jazmines
y es como si ya no fueran a volver las sombras.
Un duraznero sangra en frutos suaves,
no puedo olvidar aquel camino.
Era abril, las sombras se alargaban.
Sonó una voz,
luego el silencio esperando la noche.

Llegaron vientos,
la lluvia lavó las piedras,
han cantado mil pájaros,
no he vuelto a decir tu nombre...

Un sinfín de palabras
esperan ser liberadas
de sus ataduras de silencio.
Mientras, en lo alto,
las nubes encierran aguaceros,
truenos, misterios,
como inmensos cofres
que quizá puedan ser abiertos.

Hay un rumor de agua
acompañando al viento.
Un perfume de infancia,
feliz, aún sin saberlo.

Lentas bandadas
buscan refugio en el Sur
mientras la tarde descansa
entre las nubes de un cielo que,
calladamente,
se vuelve púrpura...

Lluvia, fulgor lento
estremeciéndose
en el borde de un abismo.
..........................................

Las gotas,
piadosamente,
desdibujan los bordes de un paisaje raído.
...........................................

La lluvia trae
los olores de mi infancia,
sonido suave renovando caminos.

Es una lluvia suave, pertinaz. Muy distinta de esas que caen con furia vengadora, dispuestas a eliminar todo borde superfluo, todo aquello que no esté firmemente sujeto por una raiz, una cadena o una soldadura.
Decía, es una lluvia suave.
Pero es persistente, tal vez hasta podría decirse fastidiosa. Las gotas de agua van trazando sobre la pared caminos serpenteantes antes de detenerse en algún agujero, caer por una inesperada rejilla que conduce hacia la profundidad del desagüe o agruparse para formar un torrente de mayor importancia.
Bajo un alero de chapa se guarecen tres palomas. Una es completamente blanca, la otra plomiza, la tercera es muy oscura, pero su cabeza es blanca; mientras las miro pienso que podrían ser modelos de un catálogo de pinturas, entre las tres forman una secuencia completa desde el blanco hasta el gris y viceversa, con el detalle de color que brindan sus ojitos, pequeños y rojos.
Una grieta surca la pared del fondo, es un trazo oscuro por el cual el agua de lluvia desciende hasta los cimientos; quizá descanse allí por unos días para luego seguir su viaje, que sólo se detendrá al llegar a alguna veta de suelo impermeable.
Unos yuyos crecidos entre las chapas y ladrillos del techo han dado una flores amarillas, agradecidas.
Está dejando de llover. Las palomas desafían las últimas gotas con un aleteo tímido. Se animan a cantar algunos gorriones, organizándose para cuando aparezca el sol, seguramente tendrán una gran cacería de los bichos que debieron abandonar sus huecos por la inundación, no llegan solas las tragedias de unos para beneficio de otros.
Casi sin que se note, cesa la lluvia. Un sinfín de pequeñas historias se cierran, otras apenas comienzan...

Veo serpientes en las llamas,
estremecidas, desapareciendo,
en una danza hipnótica.
Un sueño se transforma en recuerdo
mientras la mirada se pierde,
lejos,
imaginando formas en las nubes.
Una tras otra pasan las horas
lentas, implacables
hasta acallar la luz.
Tu rostro se ha desdibujado,
fantasmal,
ya no convoca al dolor.

Hoy no veo serpientes en las llamas,
sólo adivino que han florecido jazmines
mientras espero el amanecer.

A veces,
me siento como los peces rojos
que giran en interminables círculos
en su pecera de cristal,
necesaria jaula que contiene
su única posibilidad de sobrevivir...

Un arma fue encontrada
entre las ropas del muerto.
Un arma, dicen, tenía,
justo al alcance de la mano.
Un arma sacó, dicen,
brillaba en su mano.
Un arma disparó, afirma,
escueto, el informe policial.
Fue en acto de servicio, declara,
el agente en su descargo.
Inexorable historia repetida
tragedia, farsa, mentira,
como la infancia breve
robada por la calle.
Siempre aparece un arma
olvidada al lado del cadáver.